Edward Jenner (1749-1823) fue el primero que usó la ciencia para prevenir una enfermedad en lugar de curarla. Este médico inglés se convirtió en pionero al desarrollar en 1796 la primera vacuna de la historia y lo hizo gracias a un controvertido experimento con el hijo de su jardinero.
Entonces la viruela arrasaba Europa y mataba cada año a 400.000 personas. Se cebaba sobre todo con los niños, pero no respetaba a nadie. Uno de cada tres afectados moría —como el rey de Francia Luis XV— y muchos supervivientes quedaban ciegos o con la cara llena de cicatrices —como George Washington, el primer presidente de EEUU—, que dejaban tras secarse multitud de protuberancias con pus.
Sin embargo, la tradición popular decía que las lecheras eran inmunes a la enfermedad, igual que las personas que ya la habían padecido. En esos tiempos en que había pánico a quedar desfigurado por la viruela, el rostro liso y terso de las lecheras las convirtió en un mito erótico. Eran los personajes protagonistas de las piezas teatrales de moda. Ellas tendrían la clave de lo que se convirtió en la salvación de millones de personas.
Desde niño, a Jenner le apasionaba observar la naturaleza. Su primer logro científico fue descubrir cómo el cuco consigue que sus polluelos los críen pájaros de otras especies. También fue uno de los primeros en estudiar la migración de las aves y en viajar en un globo, que construyó él mismo. Además, era poeta, músico y cazador de fósiles de dinosaurios. Con semejante currículum, el capitán Cook no dudó en ofrecerle ser el naturalista en su segunda expedición; pero, afortunadamente para la humanidad, Jenner rechazó el trabajo, se centró en sus estudios y regresó a su pueblo como médico de familia. Entonces se enfrentó al caso de las lecheras.
Observó que quienes ordeñaban vacas contraían la viruela vacuna, una variante mucho más suave: sólo les salían unas pocas pústulas en las manos, que sanaban en cosa de semanas. Después quedaban realmente protegidas contra la viruela humana. Jenner ató cabos y el 14 de mayo de 1796 tuvo la suficiente confianza en su teoría como para inyectarle a un niño pus sacado de la mano de una lechera. Cuando el pequeño James se recuperó de la viruela de las vacas, Jenner volvió a inyectarle, pero esta vez con viruela humana. El chaval no tuvo ningún síntoma de la terrible enfermedad: estaba inmunizado.
A pesar del éxito, Jenner quiso repetir el experimento. Tuvo que esperar dos años hasta que encontró otro caso de viruela vacuna y sólo entonces publicó los resultados de sus pruebas, equivalentes a los ensayos clínicos de hoy. El suyo es un ejemplo de constancia y método científico, pero también de una audacia que hizo que hace 220 años le tomaran por loco y que hoy le habría llevado a prisión por experimentar con un niño. Sin embargo, Jenner no fue un genio temerario que tuvo la idea de la vacunación en un ‘momento Eureka’. En su época ya se practicaba la variolización, o inoculación de costras o pus de la viruela en personas sanas para protegerlas de lo que entonces era una terrible plaga. En ocasiones la variolización funcionaba, pero en otros casos las consecuencias eran letales.
Incluso otros médicos habían tenido antes la idea de la vacuna. Pero Jenner realizó el primer estudio extenso sobre ella, demostró que funcionaba con pruebas científicas y diseñó la primera estrategia de vacunación. Había aprendido a vencer a la viruela, anticipándose a ella, y la noticia se extendió por el mundo junto con las primeras campañas de vacunación de la historia. Las tasas de mortalidad bajaron rápidamente y él se ganó el respeto hasta de los enemigos de Inglaterra: Napoleón llegó a liberar a dos prisioneros de guerra sólo porque Jenner se lo pidió.
En sus artículos sobre la vacuna Jenner ya usó la palabra virus, pero hasta un siglo más tarde no se empezó a comprender lo que eran los virus y por qué al inyectar versiones inofensivas o debilitadas de estas partículas infecciosas, el cuerpo fabrica unas defensas químicas, los anticuerpos, que le protegen del virus maligno.
Jenner abrió el camino de la inmunología, pues los anticuerpos son clave también en el tratamiento de las alergias y del sida, o en las vacunas de la fiebre amarilla, la gripe, la tuberculosis y quizás pronto la de la malaria. La viruela siguió matando (a más de 300 millones de personas en el siglo XX) hasta que todos los países se tomaron en serio las vacunaciones. La OMS declaró erradicada la enfermedad el 8 de mayo de 1980.
Este hito en la ciencia médica fue recreado en forma magistral por el pintor Gaston Melingue más de 100 años después y su obra puede ser admirada en la Academia Nacional de Medicina en Paris.
[Fuente: bbva.com]
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